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Fue discípulo de Chiquito Romero en Racing y es chofer de Uber cuando no se entrena: el arquero de Claypole que sueña con ser héroe ante Boca

Leandro Romero Quiroz se ilusiona con que el Tambero le dé batalla al Xeneize en el cruce de Copa Argentina a disputarse este miércoles. La sacrificada historia de un jugador de Ascenso

Martes 02 de Marzo de 2021

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13:53 | Martes 02 de Marzo de 2021 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

La vida de los futbolistas, en la gran mayoría de los casos, es muy sacrificada, sobre todo cuando no acceden a los primeros planos. A diferencia del básico pensamiento popular que resume a “11 millonarios corriendo detrás de una pelota”, las historias de los jugadores de Ascenso son todavía más distantes a ese reflejo. El filtro para figurar en los flashes del deporte predilecto de los argentinos es enorme. Pero algunos no se resignan y batallan en categorías menores para cumplir sus sueños. El caso de Leandro Romero Quiroz, arquero de Claypole que enfrentará a Boca por Copa Argentina, es uno de ellos.

El guardameta de 31 años llegó a entrenarse con la Primera de Racing, fue discípulo de Sergio Romero (dos años mayor que él) en las Inferiores y hasta promovido por Diego Simeone cuando era entrenador de la Academia. No estuvo lejos de tener su bautismo en el fútbol grande de la mano del Cholo, aunque el destino lo ubicó en otro lugar. En el camino soportó los golpes que el propio deporte le dio, como lesiones y estafas de supuestos representantes, pero se las arregló para hacerse un lugar en el mundillo del fútbol, desarrollarse en la que es su máxima pasión y a la vez complementar su vida con algún trabajo extra para llevar el pan a la casa.

Pitu, como lo llaman desde chico, fue arquero desde que tiene uso de razón. A los 5 años se calzaba los guantes e incluso lo hacía con chicos uno o dos años más grandes en el baby fútbol de Villa Mitre de Berazategui. Elmar Borges, alias Brasil (por su nacionalidad), fue quien captó su talento para llevarlo a Racing, que inscribió al equipo completo de Mitre, ya que en ese momento era un cuadro invencible. En la Academia se dividió entre baby y fútbol 11 siendo titular en cada uno de los saltos de división. Por contextura y calidad, siempre fue considerado en las categorías 87 y 88, pese a ser clase 89.

Con edad de Quinta pasó a Cuarta porque a Chiquito Romero (figura del seleccionado Sub 20 en ese entonces) ya lo habían promovido a la Primera y Matías Piñal, otro arquero de interesante historial, actuaba en Reserva. “Chiquito era una cosa descomunal, nos sacaba dos cabezas a todos. Uno pensaba que era grandote y de repente te encontrabas con gente como él. Su altura fue una de sus armas fundamentales, más allá de que tenía muchas condiciones. Yo les seguía los pasos a él y a Piñal, del que fui muchos partidos suplente en Reserva, igual que con Martínez Gullota y Bernardo Leyenda”, le recordó a Infobae.

Sucedió en 2007 que Gustavo Campagnuolo fue expulsado contra San Lorenzo y José Luis Martínez Gullota, otro golero académico de particular historia de vida, lo sustituyó porque a Hilario Navarro todavía no le había llegado el transfer. El cuarto arquero era Piñal, que arrastraba una molestia física. Y la siguiente opción era Romero Quiroz, que fue subido de urgencia al plantel profesional. A horas del siguiente partido Navarro fue habilitado y Pitu, de casi ser suplente en Primera, bajó directamente a la Cuarta porque definía el título con su división.

Esa agitada semana no había sido la única que había experimentado con los profesionales ya que en el año anterior le había tocado trabajar con Diego Simeone, que hasta lo llegó a probar con una tanda de remates. “El Cholo se reía porque yo volaba para todos lados y le atajaba las pelotas que me tiraba. En un momento me puteó: ‘Dale, ¿quién sos? ¿el hermano menor de Chiquito Romero? La verdad que sos feo igual que él’, me dijo en tono de broma”.

El mundo se le vino abajo a fines de 2009, cuando creyó que lo habían llamado para firmar su primer contrato y en realidad le avisaron que quedaría libre: “Llegaron muchos arqueros a Primera y era difícil que siguiéramos los de abajo. No lo podía creer, nunca había estado en una situación así y no sabía cómo manejarme. En ese momento la cabeza está muerta y no sabía qué hacer”. Desde ese instante un representante lo acercó a pruebas en varios clubes pero sin éxito. Practicó en San Lorenzo hasta que la Comisión Directiva bajó línea de no fichar arqueros de su categoría para no tapar a los más chicos, y luego pasó casi un mes en River en el momento en que Gonzalo Marinelli (89) y Leandro Chichizola (90) se entrenaban en Primera. En el Millonario firmó Mariano Barbosa y se le cerraron las puertas. En Lanús ni siquiera se las abrieron porque apostaban fuerte por Esteban Andrada, clase 1991. En el horizonte apareció Tristán Suárez, donde pretendían retenerlo en Cuarta División para no hacerle contrato y se negó, al igual que en Deportivo Paraguayo. Casi decidido a colgar los botines, golpeó la puerta en Berazategui, club que quedaba a 10 cuadras de su casa, por -lógica- recomendación de su padre. Lo ficharon para inferiores y al poco tiempo lo ascendieron al plantel profesional, donde fue suplente durante una temporada.

ENTRE CLAYPOLE Y LAS CHANGAS PARA SOBREVIVIR

Romero Quiroz jugó dos años a préstamo en Claypole y un tercero cuando le ofrecieron dejarle el pase en su poder en Berazategui. Antes de recalar en Paraguayo se frustró una de las grandes posibilidades de su vida: un representante le avisó que tenía un preacuerdo con el Cabofriense de la segunda división de Brasil. De vacaciones en la Costa esperó ansioso por el llamado de su agente que jamás llegó. Al tiempo se enteró de que el hombre en cuestión había sufrido un ACV víctima del estrés que le había causado un mal negocio con otro jugador. A ese oscuro capítulo se le suma otro en el que lo habían apalabrado para llevarlo a Italia, pero el intermediario que lo había contactado desapareció cuando ya tenía sacado su pasaje.

De Paraguayo se marchó a Victoriano Arenas antes de una nueva etapa en Claypole, donde se dio el gran gusto de convertir un gol agónico de palomita. Desde hacía rato tenía que volar bajo los tres palos de día y atender otras tareas de noche: consiguió trabajo haciendo envíos para un reconocido diario. Primero hizo repartos desde las 3 de la mañana hasta las 7, antes de irse a entrenar; cuando ingresó al sector de logística cubría un horario de 22 a 6 que complicaba mucho sus horas de sueño para el fútbol. En el último tiempo -y hasta hoy- se dedica a manejar un Uber en los ratos libres que le deja la pelota. “Si el día está bueno y me motivo, puedo llegar a hacer 8 horitas después de entrenar. Pero te mata la espalda y la cintura”, confesó.

Hoy Claypole cuenta con varios jugadores que se las ingenian para subsistir con diferentes changas. Los que tuvieron el privilegio de no verse obligados a colgar los botines a cambio de un salario más digno con un trabajo a tiempo completo dan clases en escuelitas de fútbol y comandan equipos femeninos por sus barrios. Los más jóvenes estiran lo máximo posible la convivencia con sus padres para resistir con los gastos y pocos ingresos: el sueldo de un futbolista de la Primera C oscila generalmente entre los 10 mil y 30 mil pesos.

Darse el lujo de jugar con Boca no es moneda corriente y es por esto que la institución decidió armar una estrategia de marketing con la que cuidarán la estética de la camiseta: el plantel lucirá un sponsor por línea. Los arqueros tendrán uno, los defensores otra, el capitán, los mediocampistas, los delanteros, los suplentes y hasta el cuerpo técnico contarán con el propio. Se los distribuirán de esa forma para que la casaca no luzca como el mameluco de un piloto de carreras lleno de marcas. Además, una importante empresa deportiva les obsequió botines a todos los integrantes del plantel.

Respecto a lo futbolístico, Romero Quiroz, que saca chapa por su favorable historial contra Boca en inferiores de Racing, le pelea el puesto a Tahiel Alegre, al que reemplazó justo en la final contra Liniers que depositó al Tambero en la Primera C. El 1 acaba de renovar por un año y es el más experimentado de los arqueros del equipo.

— ¿Cómo se prepara Claypole para enfrentar a un gigante como Boca?

— Desde el día 1 de la pandemia no dejamos de entrenar. Siempre por zoom y con las aplicaciones que te controlan con GPS. Los arqueros, si podíamos, nos íbamos a alguna placita o campito para que nos pateen. En un momento metimos doble turno. Después de la final del ascenso paramos solamente una semana y seguimos porque sabíamos que se venía esto. Muchos decían que el campeonato iba a volver a fines de marzo y volvieron más tarde que nosotros, que estamos más preparados. Ellos tienen la responsabilidad. Nosotros sumamos pocos refuerzos y llevamos varios años jugando los mismos, nos conocemos hace tiempo, eso suma.

— ¿Cuál es el objetivo que se plantearon contra Boca?

— Lo principal es hacer un buen papel, es lo fundamental. El otro día Liniers (contra San Lorenzo en Copa Argentina) hizo un buen papel. Capaz los equipos grandes juegan con una marcha menos, pero nosotros tenemos que apretar igual. Lanús contra Real Pilar reguló y con los cambios lo remontó. Boca es el más grande de Argentina, de Sudamérica y reconocido mundialmente. Sean suplentes, chicos de Reserva o titulares, es Boca. Siempre va a querer pelear y ganar todo.

— ¿Con quién vas a cambiar la camiseta?

— Yo pienso que es más preciada la camiseta que usa uno que intercambiarla. Todos los torneos guardo una camiseta para que me quede de recuerdo para siempre. Sueño con tener un quincho y encuadrar todas las camisetas cronológicamente. Obviamente no tengo ni quincho ni plata para encuadrarlas, ja. Pero esta camiseta será una de las más importantes para mí junto con la del ascenso.

— Bueno, podés manguear una de Boca igual...

— Yo a (Esteban) Andrada lo conozco porque atajaba en la Cuarta de Lanús y en su momento mi entrenador de arqueros de Victoriano Arenas hablaba con él en Lanús. Un día hasta le preguntó cómo andaba yo, se acuerda de mí. Y además tenemos un amigo en común que atajaba con él en inferiores al que ya le dije que le avisara que quería su camiseta.

— ¿Qué significa Claypole en tu vida?

— Es el equipo que me dio la chance de hacer lo que sé hacer: atajar. Me dio lo que me faltó en Racing, poder demostrar que sirvo para hacer esto. Lo hice bien o mal pero siempre dejé todo y nunca me guardé nada a la hora de defender los colores. Mucha gente me lo agradece y yo a ellos. Por eso me tatué el escudo con los guantes y una pelota (NdR: se ve en la imagen superior de la nota). Más allá de sentirlo era algo que tenía que llevarlo por siempre conmigo. Muchos jugadores no salen campeones nunca en toda su carrera. Esa sensación es muy linda y yo la cumplí acá.

— ¿Qué sueño te queda por cumplir en el fútbol?

— A corto plazo, ojalá que podamos hacer historia contra Boca. A mediano, me gustaría tener un gran nivel y jugar en una categoría superior, lograr otro ascenso. Pero siempre me quedó la espina de vivir la experiencia de jugar en el exterior. Se me truncó en muchas ocasiones y esa es mi cuenta pendiente.

 

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