Sociedad

Día de los Muertos: cuando la memoria se convierte en presencia

Recordar en el Día de los Muertos a quienes partieron es un acto de amor y resistencia, nos ayuda a vivir el duelo y mantener viva la memoria.

Domingo 02 de Noviembre de 2025

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11:12 | Domingo 02 de Noviembre de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

Cada 2 de noviembre, gran parte del mundo occidental se conmemora el Día de los Muertos. En templos, cementerios o en la intimidad del hogar, se encienden velas, se elevan oraciones o simplemente se hace silencio: es un día para volver a mirar hacia quienes nos precedieron y renovar ese gesto humano de seguir amando a quienes ya no están.
 
En América Latina, esa memoria adquiere una expresión especialmente viva en México, donde las flores de cempasúchil, las fotos y las ofrendas transforman el dolor en celebración. El Día de los Muertos no festeja la ausencia, sino la continuidad. Es una afirmación profunda de que el vínculo con quienes amamos no se extingue con la muerte: cambia de forma.
 
En la raíz de esta tradición conviven el mestizaje y la sabiduría popular. La cosmovisión indígena entendía la muerte como parte natural del ciclo vital, no como su final. Con la llegada del cristianismo, se unieron los símbolos: el altar, la comida, las flores, el rezo… Así nacieron los ritos que permiten mantener viva la memoria, esos gestos que nos ayudan a seguir vinculados más allá de la ausencia. Los ritos son eso: gestos con sentido, pequeños actos que nos ayudan a poner orden en el caos, a darle forma a lo que duele, a mantener vivo el hilo invisible que nos une a quienes partieron.
 
El día de los muertos es para volver a mirar hacia quienes nos precedieron y renovar ese gesto humano de seguir amando a quienes ya no están.
El día de los muertos es para volver a mirar hacia quienes nos precedieron y renovar ese gesto humano de seguir amando a quienes ya no están.
 
Archivo.
El Día de los Muertos no festeja la ausencia, sino la continuidad
Hoy, en una cultura líquida (rápida, cambiante y muchas veces impaciente con lo simbólico), cada vez utilizamos más los símbolos para lo festivo, mientras vivimos de espaldas al dolor: preferimos distraernos antes que detenernos a sentir. Así, los ritos pierden su hondura y se diluyen en la inmediatez. Y, sin embargo, los ritos son la arquitectura del duelo: nos ofrecen un modo de habitar la pérdida, de detener el tiempo por un instante y poder decir: “Aquí estás, te sigo reconociendo en mi vida”.
 
Honrar no es quedarse anclado, sino reconocer lo que permanece. Aún cuando la muerte interrumpe la presencia física, no puede borrar la historia compartida ni la identidad que se construyó en el amor: si murió tu padre, no dejó de ser tu padre; si murió tu amiga, no dejó de habitarte en los gestos, en las palabras que te enseñó, en el tiempo compartido, en la manera en que hoy acompañas a otros.
 
El Día de los Muertos nos recuerda que el amor no muere
Solo se transforma. Que los lazos verdaderos trascienden el tiempo y que la memoria, cuando se celebra con ternura, es también una forma de presencia. En los altares encendidos hay mucho más que nostalgia: hay gratitud, continuidad, pertenencia…
 
Los lazos verdaderos trascienden el tiempo y que la memoria, cuando se celebra con ternura.
Los lazos verdaderos trascienden el tiempo y que la memoria, cuando se celebra con ternura.
 
Archivo.
Quizá por eso necesitamos recuperar los ritos, reinventarlos si hace falta, pero no perderlos. Porque son ellos los que nos devuelven humanidad frente a la pérdida: una vela encendida, una carta, una receta cocinada con amor pueden ser tan sagradas como un altar mexicano. Lo importante es darle cuerpo al recuerdo, dejar que el vínculo siga respirando.
 
En una época que tememos al silencio y evitamos el dolor, recordar a nuestros muertos es un acto de resistencia amorosa: es afirmar que seguimos siendo parte de una trama más grande, donde nadie se va del todo mientras haya quien lo nombre, quien lo piense, quien lo siga amando…
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