Opinión

Los liderazgos irresponsables agudizan la crisis global

Viernes 06 de Diciembre de 2019

Los liderazgos irresponsables agudizan la crisis global

Por Matías Bauso

Los hechos de la última semana permiten comprender con nitidez los trazos lamentables de un sistema internacional en proceso de descomposición. Por una lado, tuvo lugar en Madrid una cumbre sobre cambio climático cuyos resultados concretos, totalmente irrelevantes, obligan a cuestionar su misma realización. ¿Cuántas emisiones de dióxido de carbono fueron necesarias para que esa congregación de burócratas globales se aburrieran a sí mismos fingiendo que escuchaban discursos tan huecos como pletóricos de conceptos políticamente correctos?

Paralelamente, Trump anunció la imposición de aranceles a la importación de acero y aluminio de la Argentina y de Brasil para compensar la "manipulación de monedas": las devaluaciones que vienen sufriendo ambos países. Como EE.UU. emite dólares que el mundo demanda como reserva de valor, muchos líderes norteamericanos ignoran que la mayoría de las naciones no pueden darse el lujo de manipular sus monedas, sino que son sus ciudadanos (y los mercados) los que se desprenden de ellas por desconfianza frente a los desequilibrios macroeconómicos que generan sus gobernantes. Por ejemplo, al acumular déficits fiscales significativos (gastan demasiado y/o reducen impuestos para favorecer a grupos de interés) y al vulnerar la independencia de los bancos centrales. Trump hizo ambas cosas. Lo segundo casi a diario. Puede que cuando los norteamericanos adviertan las consecuencias sea demasiado tarde. Como con el cambio climático.

Los mecanismos que explican ambos círculos viciosos también son similares: los costos de detener la inercia son percibidos como demasiado altos, en particular en términos económicos y electorales. Se requieren numerosos sacrificios tangibles, inmediatos y que afectan intereses particulares para obtener beneficios intangibles, de mediano y largo plazo, y que apuntan al interés general. Un mal negocio político. Por eso son tan difíciles de frenar las bolas de nieve una vez que están lanzadas.

Un legendario speaker de la Cámara de Representantes norteamericana entre 1977 y 1987, Tip O'Neill, sagaz político de Boston, inmortalizó un concepto que permite comprender la lógica de las sanciones comerciales que anunció Trump: "Toda política es local". Siempre existen factores de naturaleza doméstica que, al menos en parte, explican las decisiones públicas, en especial las de política exterior. La guerra comercial con China se encuadra en la puja estratégica entre dos grandes potencias. Genera conmoción la amenaza de una reconfiguración aún más profunda del mapa de poder global a partir de un eventual acuerdo entre China y Rusia, en un escenario en el que tambalea la OTAN, envuelta en escándalos dignos de un cabaret.

La última vez que un presidente republicano sufrió la amenaza del impeachment, a comienzos de la década del 70, el sistema mundial cambió gracias a un giro estratégico pragmático y colosal: el acuerdo entre EE.UU. y China fue el punto de inflexión de la Guerra Fría. Dos décadas después, colapsaba el imperio soviético. La frase "se necesita un Nixon para ir a China" sintetiza la efectividad del acuerdo: un halcón del anticomunismo como Nixon tenía la credibilidad para imprimir semejante modificación en la política exterior y de defensa de su país sin ser acusado o sospechado de virar al comunismo.

Parte de ese acuerdo implicó la apertura gradual del mercado interno norteamericano a los productos chinos. Como había pasado antes con otros países derrotados en la Segunda Guerra Mundial, como Alemania y Japón, la apertura comercial de EE.UU. fue un formidable instrumento de política exterior: permitió ampliar la influencia americana y obtener aliados claves para respaldar la expansión del capitalismo y la democracia, pilares en los que se estructuraron los valores occidentales.

Lo mismo sucedió más tarde con otros socios fundamentales en el sudeste asiático, como Corea del Sur y Taiwán. Con esa posibilidad se entusiasmó México para firmar el Nafta. Esto también ilusionó a la política y sobre todo a la diplomacia de Washington, que durante décadas confiaron en el libre comercio como mecanismo fundamental para fomentar acuerdos estratégicos y ganar nuevos aliados, proyecto que colapsó en la Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata, en noviembre de 2005, con Alberto y Cristina como protagonistas centrales de ese naufragio.

Aquel proceso de expansión del capitalismo y en menor medida de la democracia fue sumamente exitoso, pero tuvo impactos negativos en especial para los países que lo impulsaron en términos de pérdidas de empleo industrial y la desestructuración de las comunidades asociadas a la "vieja economía": a sectores y empresas que encontraban mejores ambientes de negocios (mayor rentabilidad) en destinos históricamente remotos, pero que súbitamente se habían ubicado a una distancia mucho menor gracias a la tecnología de la información y las comunicaciones, a la reducción del costo de los fletes y a la globalización de la cultura, incluyendo la notable expansión de la educación internacional y el aumento exponencial del turismo.

La relocalización de infinidad de empresas dejó un tendal de heridos, ciudades abandonadas, familias destruidas, formas de vida y de sociabilidad alteradas para siempre. En esos sectores Trump ganó mucho apoyo electoral, que necesitará nuevamente el 3 de noviembre. Esa clase media pujante que podía aspirar al mejor nivel de vida que exhibían los protagonistas de Rebelde sin causa o Grease, para quienes imaginaban comerciales los creativos de Mad Men, se vio condenada a trabajar y consumir en los Walmart y los McDonald's de un mundo en el que los frutos de la globalización los consumían otros: en ambas costas, en las clases altas, en los países que se "robaban" el trabajo estadounidense.

Faltaban líderes oportunistas con una mezcla de irresponsabilidad y nacionalismo para aprovechar ese contexto de disconformidad y malestar y, como ocurrió en las décadas del 20 y el 30, capitalizar un extendido malestar con el capitalismo globalizado y la democracia. Se cerraron las economías, se restringieron las libertades, se instauraron regímenes autoritarios y totalitarios. Entonces, sobre todo con la Segunda Guerra Mundial, Occidente vivió sus horas más oscuras.

Ya los tenemos. Y están repitiendo muchos de los mismos errores de hace 100 años. Pero sus sociedades cambiaron, tal vez para siempre: son mucho más diversas y plurales. Todo se conoce en tiempo real. Todo lo que parecía sólido se desvanece en el aire, como afirmó Marx: ahora los mercados se preguntan no solo por la gobernabilidad de la Argentina (siempre endeble), sino por la de Chile. El mejor alumno de la clase está inmerso en una crisis sin precedente.

Para evitar nuevos errores, parece fundamental una profunda autocrítica. Lección que no debería ignorar la dirigencia argentina.