Sociedad

Inteligencia Artificial: La transformación que viene, y de la que nadie quiere hablar

No va a ser digital ni técnica; por el contrario, involucra nuestro modo de interpretar el mundo, y requiere derribar un número de prejuicios y relatos sólidamente establecidos

Sábado 10 de Junio de 2023

252107_1686405538.jpg

10:52 | Sábado 10 de Junio de 2023 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

A veces nos da un poco de trabajo, pero al final nos adaptamos a las nuevas tecnologías. Siempre lo hicimos. Quiero decir, hace 350.000 años (probablemente mucho más) que nos adaptamos a nuevas herramientas. Mucho más difícil va a ser adaptarnos a nosotros mismos. Suena críptico. Me explico.

El último brote de la revolución digital –la inteligencia artificial (IA) generativa capaz de producir texto equivalente al lenguaje natural– vuelve a poner en entredicho un número de actividades, que de un día para el otro suenan obsoletas, y otra vez nos obliga a cambiar de perspectiva, nos mueve el arco, modifica las reglas de juego. No es un fenómeno nuevo. Ni siquiera es un fenómeno nuevo el que las tecnologías disruptivas borren del mapa familias completas de empleos e industrias. Eso, y que impacten de lleno en eso que, vagamente, llamamos el Poder. Los avances técnicos pacíficos han derribado más imperios que las armas; incluso que las armas de última generación. La imprenta, sin ir más lejos.

Pero en esta nueva iteración me temo que vamos a tener que enfrentarnos con una transformación inédita, una que nos va a costar mucho más que todas las anteriores. Una, además, que interpela buena parte de nuestras creencias en relación con el trabajo y, por lo tanto, con la educación. Empezando, claro, por el concepto de que la educación sirve para conseguir un trabajo mejor. Eso es verdad, en principio. Pero no es toda la verdad. La educación, para citar a Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia, mejora nuestra calidad de vida. Por otro lado, añadiré que, lamentablemente, los contactos tienen, en cierto nivel, mucho más peso que las credenciales académicas. Y, nota al pie dentro de la nota al pie, la academia también es responsable de concederles créditos a quienes solo son memoriosos. Por eso GPT pudo rendir con éxito los exámenes de ingreso a prestigiosas universidades y exclusivos colegios de abogados.

Pero no entraré en ese aspecto de la IA hoy, porque ya lo traté en otras notas. La efervescencia generativa está eclipsando, en mi opinión, un conflicto todavía más grande que el que supone que las máquinas hayan aprendido a hablar. Incluso más grande que el hecho, que vengo advirtiendo hace no menos de una década, de que la IA causará un terremoto laboral y, por lo tanto, económico.

Welcome to the machine

Hasta ahora, las nuevas tecnologías destruían trabajos y, con un poco de suerte (nunca fue tan sencillo), creaba otros nuevos. Pero los nuevos eran, en el fondo, de una naturaleza idéntica a los anteriores. Es decir, el trabajo implicaba sacrificar una parte de nuestro tiempo en tareas que eran repetitivas y mecánicas. Con tecnologías más avanzadas, en el algunos casos, mejorábamos nuestra productividad. En ciertos escenarios muy específicos la salubridad salía ganando. Nunca, sin embargo, se cumplió aquella promesa de la computación personal, la de que íbamos a tener más tiempo libre para nuestras familias y amigos. Para lo que importaba. Hoy, más de 40 años después de la presentación de la IBM/PC, WhatsApp nos importuna a cualquier hora, todos los días de la semana, incluidos los domingos, sin piedad ni remordimiento.

El modelo PC 5150, de IBM, fue todo un éxito inesperado. Logró un millón de ventas en sus primeros cuatros años; los mejores pronósticos anticipaban que vendería 250.000 en cinco años
El modelo PC 5150, de IBM, fue todo un éxito inesperado. Logró un millón de ventas en sus primeros cuatros años; los mejores pronósticos anticipaban que vendería 250.000 en cinco añosEl Comercio/GDA

Trabajamos un poco más confortablemente, cierto, pero trabajamos más horas y andamos más apurados. Salvo que tengas clarísimas las prioridades (y eso es algo que las nuevas tecnologías tienden a borronear), vas a estar siempre sometido al Síndrome del Malabarista; demasiadas pelotitas en el aire.

Pero, incluso con estas promesas rotas, hasta la llegada de los modelos de lenguaje masivos (LLM; por sus siglas en inglés) y la IA generativa, estábamos en terreno conocido. Pasamos de la tablilla de arcilla a la pluma de ganso, de allí a la máquina de escribir y finalmente al procesador de texto. Pasamos del arado tirado por bueyes a maquinaria agrícola computarizada. Cambiamos de herramienta, pero, en la mayoría de los casos, seguíamos haciendo el mismo trabajo. Nos preparamos para eso, y en ese proceso fomentamos ciertas destrezas y desalentamos otras. Más aún, durante toda la historia escrita, fundamos un relato de lo que era ser una persona trabajadora. Asociamos –sin mala intención, simplemente porque ese era el rasgo que mejor se adaptaba a las condiciones de realidad– el esfuerzo sacrificado con el ejemplo de algo bien hecho. Era más importante el empeño que la inspiración. Y es del todo cierto que no hay inspiración que valga si la inspiración no te encuentra trabajando, parafraseando. Pero nunca aprendimos cómo crear las condiciones óptimas para que la inspiración llegue.

En esta lucha por sobrevivir enterramos el juego, las ideas delirantes, los sueños imposibles, el ocio creativo, la improvisación (cuya llama sagrada siguen manteniendo viva los músicos y los filósofos, gracias a Dios), la empatía y la intuición. Todo eso era muy lindo, muy artístico, muy copado, pero trabajar era otro asunto. Era algo serio. Estigmatizamos estilos de vida enteros, calificando al austero de bohemio y al sensible de débil (cuando ninguna de las cosas es algo malo por sí), y filosofar fue siempre sinónimo de perder el tiempo. Condenamos durante milenios todo eso que nos diferencia de las máquinas. Hasta que nos volvimos máquinas.

El retorno del rey

¿Cuál es la situación ahora? Que cada vez se necesita menos que trabajemos como máquinas, porque ya tenemos máquinas y porque, como no somos máquinas, las redes neuronales, los cerebros electrónicos y los algoritmos nos pueden suplantar con holgura. Hacen a la perfección lo que nos pasamos milenios tratando de hacer más o menos dignamente.

10.000 años antes de la historia que Frank Herbert narra en Duna, la humanidad prohibió cualquier forma de computadora, máquina pensante o robot, y la construcción de hasta el más humilde de estos dispositivos se transformó en tabú. En la imagen, una escena de la versión fílmica de Duna de Denis Vileneuve
10.000 años antes de la historia que Frank Herbert narra en Duna, la humanidad prohibió cualquier forma de computadora, máquina pensante o robot, y la construcción de hasta el más humilde de estos dispositivos se transformó en tabú. En la imagen, una escena de la versión fílmica de Duna de Denis Vileneuve

¿Qué deberíamos hacer? Hay, básicamente, dos opciones. Una es prohibir las máquinas pensantes, como en la Jihad Butleriana de la novela Duna, de Frank Herbert. No va a pasar, y no va a pasar, entre otras razones, porque la vida real no es una novela. Lo diré mejor: no va a pasar esta semana, ni este año, ni el año que viene.

La segunda opción es la de que volvamos a ser humanos. Que desarmemos todos esos sesgos instalados durante milenios y nos dediquemos a hacer lo que las máquinas son –y probablemente sigan siendo– incapaces de hacer. Pero nos va a costar una enormidad. Así que cuanto antes empecemos, mejor.

Por Ariel Torres

 

DEJANOS TU COMENTARIO

1 COMENTARIOS

Pedro

| Domingo 11 de Junio de 2023

Así es!!! les guste o no esta marcando una nueva etapa en esta civilización. ¿Qué deberíamos hacer? no ahí opciones, se llama Adaptación IA en todas las áreas laborales. sobre viran los que estén preparados a las adaptaciones.

<

Top Semanal

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR

LOCALES

NACIONALES

INTERNACIONES

DEPORTES

SOCIEDAD

FARÁNDULA