Donald Trump convirtió a la Argentina en eje de su política latinoamericana. Entre negocios, geopolítica y lobby financiero, la apuesta tiene alto riesgo.
14:10 | Sábado 25 de Octubre de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Como nunca antes en la historia reciente, estamos ante elecciones en las que hay un gobierno que se juega casi tanto como el argentino. Y no es cualquier gobierno. En los diez meses de convivencia entre Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y Javier Milei como presidente de la Argentina, la relación bilateral se consolidó tras una serie de gestos de alineamiento que superaron incluso a las relaciones “con carnalidad” de Guido Di Tella. Pero hasta hace pocas semanas, nadie imaginaba que los verdaderos protagonistas de la campaña terminarían siendo Trump y su equipo, con Scott Bessent a la cabeza.
Es poco probable que sin el apoyo del secretario del Tesoro el dólar hubiera terminado en el techo de la banda cambiaria sin que el Banco Central tuviera que vender hasta el último dólar, como había prometido el ministro Luis Caputo. O que el riesgo país, que llegó a superar los 1.500 puntos tras la derrota del oficialismo en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, haya terminado más cerca de los 1.000 puntos.
También se puede plantear el argumento contrario: ni la inédita compra de pesos del Tesoro alcanzó para evitar la suba del dólar, ni el swap de US 20.000 millones fue suficiente para llevar el riesgo país a valores razonables. Son las mismas sensaciones ambiguas que dejó la visita oficial de Javier Milei a la Casa Blanca. Al margen de la trascendencia de un encuentro de esa importancia en un momento en el que Donald Trump venía de firmar un acuerdo de paz histórico en Medio Oriente, las declaraciones ambivalentes del republicano generaron un impacto negativo. Sobre todo la advertencia de que no sería tan generoso con Argentina si el oficialismo pierde las elecciones.
El Gobierno intentó reinterpretar esas afirmaciones, sugiriendo que Trump confundió los comicios legislativos con una elección presidencial. El propio Trump habló de “cuatro años de gobierno” cuando en realidad Milei lleva dos. En un mensaje posterior en su red social habló expresamente de elecciones de medio término. Pero no despejó las dudas sobre si una victoria violeta es o no condición necesaria para la continuidad del respaldo financiero y político. Pero para entender de qué depende ese apoyo es necesario calibrar la dimensión de la apuesta que están haciendo acá Trump, Bessent y todo el gobierno estadounidense.
El partido que se juega en Estados Unidos
Washington realizó una inversión directa en la estabilidad de Javier Milei, con la expectativa de obtener beneficios a futuro. Las compras de pesos en las semanas previas a los comicios, el swap y los fondos comprometidos en líneas de crédito son sólo una parte de esa apuesta. También hay una apuesta política: una operación que busca redefinir la influencia estadounidense en América Latina.
La jugada genera tensiones dentro de los Estados Unidos. Sectores del Partido Demócrata acusan al gobierno de Donald Trump de sostener con recursos públicos a un aliado extranjero mientras el país enfrenta un shutdown —el cierre parcial del gobierno federal por falta de presupuesto aprobado—. En ese contexto, el proyecto de ley presentado por los demócratas en el Senado, el No Argentina Bailout Act, busca impedir que el Tesoro use el Stabilization Exchange Fund para financiar el rescate argentino. La iniciativa, encabezada por Elizabeth Warren, senadora del ala izquierda demócrata por Massachusetts, denuncia que Trump “apuntala un gobierno extranjero mientras cierra el propio”.
En una respuesta directa, el secretario del Tesoro calificó a Warren de “peronista” y la acusó de querer para Estados Unidos “las mismas ideas equivocadas que llevaron al fracaso argentino durante un siglo”. Detrás de esa retórica, Bessent planteó un mensaje doble: la ayuda a la Argentina es un negocio y una apuesta política a largo plazo.
Pero no todos los funcionarios de la administración Trump están tan comprometidos con ayudar a Argentina. Días después de que Donald Trump defendiera públicamente la compra de más carne argentina, la secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, relativizaba la medida, aludiendo a supuestos problemas de aftosa inexistentes desde hace dos décadas. Su intervención buscó contener el malestar de los ganaderos estadounidenses, que se sienten perjudicados por las importaciones argentinas.
Las asociaciones más influyentes publicaron comunicados enérgicos contra la decisión presidencial, argumentando que “no bajará el precio al consumidor” y “socava los cimientos de la industria ganadera estadounidense”. Sin embargo, el Gobierno siguió adelante. Días después, se avanzó en la ampliación de la cuota de importación de carne argentina de 20.000 a 80.000 toneladas anuales con arancel preferencial del 10%. Fue una señal más de que la apuesta por la Argentina sigue en pie, incluso frente a la oposición de los grupos de presión internos.
Apuesta geopolítica, ¿y negocio?
Desde el punto de vista financiero, Bessent sostiene que Washington no pierde dinero: las compras de activos argentinos deprimidos y los préstamos con intereses, dice, redundarán en ganancias futuras. Pero el objetivo central es político. Apoyar al gobierno de Javier Milei es, en la visión republicana, una jugada para reconfigurar el tablero latinoamericano: reemplazar la influencia de China, recuperar aliados históricos y advertir que el alineamiento con Estados Unidos tiene recompensa.
El mensaje es claro: si se ayuda a un gobierno aliado en dificultades, se fortalece un bloque de países amigos en la región. Si se abandona a Milei, se abre la puerta al retorno de gobiernos con vínculos estrechos con los BRICS y con Pekín. La lógica es de zanahorias para los amigos, palos para los enemigos, una línea que sintetiza la nueva política exterior republicana hacia América Latina.
Las implicancias de esa apuesta son amplias. Una Argentina alineada con Washington serviría como ejemplo ante los próximos procesos electorales en Chile, Colombia y Brasil, países gobernados hoy por la izquierda. Mostrar que la cooperación con Estados Unidos trae beneficios concretos es, para Donald Trump y su equipo, más barato y eficaz que un despliegue militar o una confrontación abierta, en un continente donde la influencia china ha crecido sostenidamente en las últimas dos décadas.
Lobby financiero
El apoyo económico de Estados Unidos a la Argentina no sólo se explica por razones geopolíticas o estratégicas. En Washington, varios analistas plantean que detrás de la iniciativa de Bessent hay también intereses privados vinculados a fondos de inversión con intereses en Argentina. La hipótesis fue expuesta con fuerza por el economista y premio Nobel Paul Krugman, quien señaló que el gobierno norteamericano estaría “rescatando a los amigos de Bessent”.
Según Krugman, varios fondos con vínculos estrechos con el actual secretario del Tesoro invirtieron en activos argentinos durante los primeros meses del gobierno de Milei, confiando en su programa de reformas y en la promesa de una recuperación rápida del valor de mercado. La derrota electoral del 7 de septiembre y la caída posterior de los bonos y acciones argentinas provocaron pérdidas significativas, que el rescate estadounidense podría revertir si la situación política mejora y los precios se recuperan. La tesis de Krugman es que, más que una operación de política exterior, se trata de una maniobra de protección a inversores cercanos al poder.
En un país donde el peso del lobby financiero es visible y está blanqueado, a veces resulta difícil separar del todo la lógica política de la lógica financiera de los grupos de presión. El seguimiento obsesivo que Bessent hace de la economía argentina —publicando comunicados, interviniendo en el mercado de cambios, anunciando compras de pesos o respaldos al gobierno argentino— refuerza la percepción de que el tema excede el plano institucional.
Marco Rubio y la nueva doctrina Monroe
En esta trama de intereses cruzados, otro actor clave es Marco Rubio, secretario de Estado y uno de los principales arquitectos de la política exterior estadounidense hacia América Latina. Rubio mantiene desde hace años una posición frontalmente opuesta al kirchnerismo y a los gobiernos de izquierda de la región. Fue uno de los impulsores de la medida que prohibió el ingreso de Cristina Fernández de Kirchner a los Estados Unidos bajo la acusación de corrupción, y es también uno de los artífices de la política de “presión máxima” contra los regímenes de Nicolás Maduro en Venezuela y Miguel Díaz-Canel en Cuba.
De origen cubano-americano, Rubio conserva una impronta marcada por el anticastrismo de la comunidad de Florida. Su visión parte de una convicción: Estados Unidos debe volver a mirar América Latina con una lógica de poder clásico, combinando incentivos para los aliados y sanciones para los adversarios. En esa perspectiva, el caso argentino representa una oportunidad para mostrar resultados tangibles de esa nueva doctrina Monroe. Y, al mismo tiempo, una plataforma personal: Rubio figura hoy, junto al vicepresidente J.D. Vance, entre los nombres más fuertes para encabezar la candidatura presidencial republicana cuando Donald Trump concluya su segundo y último mandato.
Una inversión política que no se puede abandonar
El apoyo a la Argentina combina, entonces, intereses personales, objetivos partidarios y estrategias de largo plazo. Los intereses de Bessent, ligados al mundo financiero; las ambiciones políticas de Rubio; la necesidad del trumpismo de mostrar éxitos económicos y diplomáticos en un contexto de polarización interna; y la voluntad de consolidar una red de gobiernos aliados en el hemisferio, conforman un entramado que explica la persistencia del respaldo a Javier Milei.
Por eso, si la apuesta sale mal, la pérdida va a ser significativa para todos los involucrados. De ahí se deriva una conclusión: aun si los resultados electorales no son los esperados para el oficialismo argentino, difícilmente Washington retire su apoyo. Donald Trump y su equipo necesitan demostrar que la inversión fue correcta. Un abandono prematuro implicaría admitir que el esfuerzo político, diplomático y financiero fue en vano. Sobre todo considerando que a Milei le quedarían dos años para revertir la situación. Mantener el respaldo permitiría sostener la narrativa de que la apuesta puede aún rendir frutos, tanto para la economía estadounidense como para su proyección de poder hemisférica.
La expectativa en la Casa Blanca es que, incluso con un desempeño electoral moderado, el gobierno argentino logre ampliar su representación legislativa, acercándose al ansiado tercio de los diputados que le aseguraría gobernabilidad. En ese escenario, el apoyo estadounidense se mantendría. Solo una derrota catastrófica —que hiciera inviable la continuidad del proyecto y la eventual reelección— podría revertir esa política. Seguir destinando recursos en una apuesta perdida tendría poco sentido.